Cuando no podemos explicar nuestra forma de actuar con razones objetivas, nos las inventamos.
En 1977 los psicólogos Richard Nisbett y Timothy Wilson plantearon una serie de situaciones en las que se pedía a unos sujetos que hicieran algo y, después, que explicaran por qué lo habían hecho.
Así, pidieron a varias mujeres que miraran unas medias y que escogieran la que más les gustara. Cuando se les preguntó las razones de su elección, dieron una serie de argumentos sobre el tacto y la transparencia. Ellas no sabían que las medias eran idénticas: creían haber elegido gracias a su juicio personal sobre la calidad. Éste y otros experimentos parecidos ponen de manifiesto que cometemos equivocaciones al justificar las causas internas de nuestras acciones y sentimientos. Aunque siempre damos explicaciones, éstas obedecen a convenciones sociales, a una idea de cómo funcionan las cosas o, simplemente, a suposiciones. En definitiva: cuando no tenemos razones objetivas, nos las inventamos y nos las creemos.
A veces resulta imposible comprender por qué hacemos las cosas de manera consciente.
Michael Gazzaniga y Joseph Ledoux hicieron una serie de experimentos con personas que habían sufrido una intervención quirúrgica que había desconectado sus dos hemisferios cerebrales. De este modo podían presentar un estímulo a un hemisferio sabiendo que el otro no se daría por enterado. Así, le dieron instrucciones al hemisferio derecho para que agitara la mano. El hemisferio izquierdo observó la respuesta pero no sabía por qué ocurría. Cuando se le pidió que explicara esa conducta, el paciente contestaba que creía haber visto a alguien conocido. O cuando le dieron instrucciones para que se riera, el lado izquierdo lo interpretó como que los psicólogos eran divertidos. La conclusión es para tener en cuenta: hacemos muchas cosas por razones de las que no somos conscientes; una de las principales tareas de la conciencia es hacer que nuestra vida sea coherente.
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